jueves, 27 de septiembre de 2007

Los monjes de Birmania gritan ¡LIBERTAD!

En este blog tratamos día a día de traeros la actualidad de la ciudad de Madrid y su Comunidad, y raramente tocamos otros temas más allá de nuestras fronteras. Pero es muy triste que aquí, en Madrid, nos dediquemos a discutir sobre el nombre de una calle, o sobre si unos cubos de basura estaban puestos en su sitio o no, cuando en otras zonas del planeta lo que más les preocupa es su libertad.

Hasta hace unos días eran pocos los que sabían dónde estaba Myanmar, la antigua Birmania, ni siquiera sabían que existiera un país con ese nombre tan raro. Si acaso, cuatro locos aventureros, que en vez de pasar sus vacaciones en la playa bajo la sombrilla se atrevían a visitar esas lejanas tierras.

Ahora tenemos en todos los periódicos y los telediarios noticias de Myanmar, de su capital, Yangon (antigua Rangún), y de los monjes birmanos. Nos han contado que es un país del sudeste asiático, situado al sur de China, al oeste de Laos y Tailandia, y al este de la India y Bangladesh. También nos han dicho está gobernada por un régimen militar desde 1962. Nos han dicho que en 1990 se celebraron las primeras elecciones libres, pero la abrumadora victoria de la Liga Nacional para la Democracia (NLD), liderada por Aung San Suu Kyi (premio Nobel del Paz, que permanece en arresto domiciliario desde 2003), fue anulada por la Junta Militar.

Ahora los monjes salen a la calle a pedir libertad, pero la ONU y los países civilizados les dan la espalda.

Sí, ya sé que este es un blog madrileño, pero... ¿cuántos blogs en nuestro país hablan de ello? Aquí tenemos cosas más importantes de las que preocuparnos.



Pues si me lo permitís, voy a olvidarme de Madrid por unos momentos y contaros algunas cosas sobre este precioso país y en especial sobre los monjes y su forma de vida, algo que seguramente no habréis leído hasta ahora en los periódicos.


Los monjes birmanos, una vida dedicada a su pueblo



En la actualidad, en los monasterios de Myanmar hay unos quinientos mil monjes. Aunque en realidad son muchos más, porque todo varón birmano se convierte en monje al menos dos veces en su vida, una entre los 10 y 20 años de edad en la que acude al monasterio unas semanas, y otra pasados los 20, en los que acude a ordenarse. Algunos se quedan en el monasterio toda su vida y otros vuelven con sus familias.

Los monjes son muy valorados por la sociedad, y en casi todas las familias hay alguno de sus miembros en el monasterio más cercano.


Los monjes no tienen posesiones propias. Cuando un monje se ordena, en el monasterio le dan un juego de tres togas (inferior, interior y exterior). Los más jóvenes visten de color rojo vivo, y los más mayores rojo oscuro. Además de las togas, le permiten tener una cuchilla de afeitar, una taza, un paraguas y un cuenco para pedir limosna.

Las monjas, también con la cabeza afeitada como ellos, visten con túnicas rosas, son menos numerosas, y no están tan valoradas socialmente como ellos.


A las cinco de la mañana se levantan para realizar sus primeros rezos, y después de tomar un plato de arroz salen a pedir limosna. Recorren las calles de los pueblos y las aldeas con su inseparable cuenco negro colgando del cuello y un paraguas en la mano para protegerles del sol o de la lluvia.

Como pueblo birmano es muy pobre, lo único que pueden darles (y en realidad, lo único que piden) es comida. La mayoría sólo recibe arroz, y algunos tienen la suerte de conseguir algo de carne. Al llegar de vuelta al monasterio, recogen toda la comida para los encargados de la cocina, y mientras la preparan, el resto se dedica al estudio y la meditación.



La comida central del día es uno de los actos en los que se reúnen todos los monjes del monasterio. El menú siempre es el mismo: arroz (evidentemente), y la carne que han conseguido de los donativos matinales.


Después de la comida, llega la hora de lavar el cuenco y las túnicas, y pasar a las salas de meditación y estudio. Algunos monasterios son también escuelas, y los monjes, los encargados de enseñar a los niños.

La última comida del día, también algo de arroz, es a las cinco de la tarde, y al acabar, los monjes se retiran a rezar y dormir en sus aposentos.


Puede que a algunos os parezca una vida muy triste, todo el día rezando, meditando leyendo y estudiando, pero a pesar de su pobreza viven felices y su única preocupación es ayudar a los demás en la medida de sus posibilidades: en la enseñanza, la medicina, la formación espiritual...

Ahora los monjes, en representación del pueblo, se manifiestan en contra de la Junta Militar que gobierna el país. Quieren acabar con la ostentación y la riqueza de los militares, quieren acabar con la opresión que sufre su pueblo, buscan ayudar a su pueblo, como su pueblo les ha ayudado a ellos,


y salen a las calles gritando ¡Libertad!



Lo triste es que nosotros no oímos sus gritos,

nosotros tenemos otras preocupaciones más importantes.





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