M. José Díaz de Tuesta para elpais.com
Desde muy joven fue un visionario. Germán Sánchez Ruipérez, fundador de Anaya y uno de los grandes nombres de la edición en España y Latinoamérica, empezó su periplo en la librería Cervantes, propiedad de sus padres en Salamanca. Comenzó casi de cero. A los 14 años tuvo que dejar de estudiar para ayudar a su padre, que no podía contratar a un empleado. A fuerza de empaparse de libros de contabilidad y gerencia, fue construyendo una carrera que acabaría revolucionando el mercado de la edición y, en particular, el área educativa y los libros de texto. Renovó la red de distribución y disparó las ventas. Llamó a Fernando Lázaro Carreter y le encargó el que sería el manual más famoso de gramática. Y logró, pateándoselas una a una, que esa librería abasteciera a un buen número de universidades. A finales de los años cincuenta, cumplió el sueño de ser editor. “Soy el clásico self made man”, decía.
El gran editor, empresario y mecenas murió en 2002 siendo presidente de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, que había fundado 20 años atrás. Para entonces había vendido el Grupo Anaya y, adelantándose una vez más a los tiempos, sentó las bases de la futura Casa del Lector. A la hora de emprender esta su última aventura, que se inaugurará este octubre, tuvo claras dos cosas: que debía ir de la mano de la Administración y que sería el foco de investigación y vanguardia en torno al libro.
El gran editor, empresario y mecenas murió en 2002 siendo presidente de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, que había fundado 20 años atrás. Para entonces había vendido el Grupo Anaya y, adelantándose una vez más a los tiempos, sentó las bases de la futura Casa del Lector. A la hora de emprender esta su última aventura, que se inaugurará este octubre, tuvo claras dos cosas: que debía ir de la mano de la Administración y que sería el foco de investigación y vanguardia en torno al libro.