
Tras las lluvias invernales y ante la llegada de la primavera comienza una temporada idónea para la observación de los anfibios en el campo. Los ríos, lagunas, charcas y fuentes están cargados de agua, las temperaturas se suavizan dejando atrás las heladas... y buena parte de ranas y sapos salen de sus escondrijos para reproducirse.
Como sabemos, los anfibios atraviesan dos fases a lo largo de su desarrollo: una fase acuática (de larva o “renacuajo”) y otra más o menos terrestre (cuando esa larva se convierte en adulto propiamente dicho). El esquema general es el siguiente: la hembra de una especie deposita los huevos en el agua; inmediatamente el macho los fecunda, y allí queda la freza hasta que emergen las pequeñas larvas las cuales, tras un periodo variable de estancia en el agua, se metamorfosean y originan nuevos ejemplares adultos. Este esquema puede sufrir curiosas variaciones, como por ejemplo las salamandras adultas, cuyas hembras acuden al arroyo a parir sus larvas, o los “sapos parteros”, llamados así porque el macho porta los huevos fecundados adheridos a su espalda, visitando el agua de cuando en cuando a remojarlos hasta que un buen día eclosionan las larvas.
En la Comunidad de Madrid existen unas 17 especies de anfibios, que se clasifican en dos grandes grupos: urodelos (o anfibios con cola, como salamandras y tritones), y anuros (sin cola: ranas y sapos). La Herpetología es la rama de la Zoología que se ocupa de su estudio, y hay que mencionar que constituyen un grupo faunístico de gran interés. Aunque a menudo pasan desapercibidos o son tratados con rechazo por buena parte de la gente, informan con su presencia o ausencia sobre la calidad de nuestros ecosistemas. Son enormemente beneficiosos, en tanto que se alimentan de mosquitos u otros insectos molestos para las personas; también depredan sobre insectos que dañan huertas y cosechas.