sábado, 4 de marzo de 2006

La virtud del moralmente perezoso



Ay, Mortadelo, Mortadelo. Mira que eres brillante, y que poco lustre le sacas. Moderación, moderación..., nos pide. Y pregunto yo: ¿es que alguien se ha salido de tono? Ah, ya, Acebes -según tú- o Zaplana. Con Aznar, no te metes, no vaya a ser que te suelte un tomahawk en tu nueva sede consistorial. Y Fraga, bueno, Fraga, es tu "agüelo" o padrino político como prefieras, ¿no es lo que le prometió a tu padre en su lecho de muerte? ¡Viva la meritocracia! Me olvidaba de tu preferida, la Espe, ése si que es un ejemplo de intolerancia y falta de moderación.

Vayamos al grano. Hay veces que los discursos, cuando están bien trenzados -todo hay que decirlo- pueden nublar nuestro juicio. Y les explico el porqué. Con moderación, me imagino que querrá decir pasividad y cierta agilidad para abovedar la zona lumbar; pero además, nos dice Mortadelo que la virtud está en el justo centro. Yo os digo: no os lo creáis. Os explico el porqué.

La virtud no está ni en el centro, ni en ninguna otra parte previamente determinada por una mano negra. Recuerdo a un internauta, un trollete muy gracioso y poco espabilado, que utilizaba una regla para demostrar que los aviones del 11-S nunca se habían estrellado contra las torres gemelas y que todo era una invención de la CIA. Pues bien, Gallardón hace lo mismo; coge una regla para situarse en el justo centro, sin moverse ni un ápice, ni a la izquierda, ni a la derecha (menos todavía a la derecha). Así, con esta precisión relojera obtiene lo que según Aristóteles era la virtud. Falso.

¿Acaso la virtud era partir en dos al niño cuando así lo sugirió el rey Salomón? No lo hizo este sabio rey con ese afán, sino con el de desenmascarar la verdad. Esto nos enseña, que la virtud, como la verdad, no son mitos inalcanzables. Puede uno tratar de acercarse a ellos a través de la razón, como intuía el propio Aristóteles en su Ética a Nicómaco, única arma que nos distingue de los animales, y nos ampara frente a los necios, los fanáticos y los que pretenden marcarnos a fuego la marca de la esclavitud moral -la más perversa y silenciosa-.

Es, por tanto, a través del racionalismo crítico como uno puede tratar de alcanzar la virtud; el centro no es más que un atajo fruto del pensamiento débil tan de moda. El pedir moderación es un insulto, un insulto a la víctimas de ETA, un insulto a los españoles que queremos más libertad y menos mentiras. ¿Acaso las manifestaciones pacíficas son un acto de exaltación? ¿Acaso portar la bandera española es un símbolo de intransigencia? ¿Acaso, como en época de Franco o, sin ir más lejos, en el País Vasco, hablar de política o enfrentarse a los violentos es un ejercicio poco recomendable? Modérese usted señor Gallardón, que en el centro no está la virtud, es sólo un atajo para el moralmente perezoso o el pescador en río revuelto. Especialmente cuando para calcular la virtud se utiliza una regla que busca derribar las dos columnas -Acebes/Zaplana-que sostienen el frontispicio.

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